Hoy, mi reflexión es sobre la película Pequeña Miss Sunshine. En ella los integrantes de una familia de clase media norteamericana nos muestran un amplio catálogo de problemas. Problemas graves, exagerados, extremos, pero con los que, en mayor o menor medida, nos enfrentamos en nuestra vida.
Los personajes:
Todos ellos, con el propósito de llevar a la pequeña al concurso de belleza, emprenden un viaje en una vieja furgoneta, un viaje maravilloso, catártico, que les hará encontrar su sitio en el mundo, les abrirá nuevas expectativas y, sobre todo, aprenderán el lugar que ocupan en la familia y la importancia que tienen cada uno de ellos para los demás.
La película ofrece muchas lectura, situaciones disparatadas, divertidas y otras que incitan a la reflexión tranquila. Pero me voy a centrar en unas escenas que quizás pasen desapercibidas para la mayoría de la gente pero que a mi me resultan especialmente significativas.
Todo empieza cuando se estropea la furgoneta.
Por un problema mecánico tienen que arrancar la furgoneta (símbolo de la unidad familiar) empujándola. Se organizan, para que ninguno se quede en tierra, y al principio resulta bastante caótico, tienen que establecer un orden, según sus capacidades (fuerza, resistencia, velocidad), y ayudarse los unos a los otros para poder subir cuando arranca. Sin embargo, lo que al principio presenta tantas dificultades y casi les lleva a fracasar, cada vez que vuelven a ponerla en marcha les resulta un poco más fácil.
En la escena que cierra la película, se van del hotel donde se ha celebrado el concurso y vuelven a arrancar la furgoneta. Cada uno tiene interiorizado su papel, cada uno sabe lo que tiene que hacer y cada uno conoce perfectamente su lugar en la familia, lo que debe ofrecer y lo que se espera de ellos. Todos disfrutan de su participación y suben de una forma ordenada (sin que se quede nadie excluido en ese sistema familiar, ni siquiera el abuelo que ha fallecido pero que sigue presente en todos ellos). Una vez que están todos a bordo, la cámara se aleja y nos deja la imagen de esa furgoneta-familia que circula con paso firme entre los distintos sistemas familiares de la carretera.
No es una constelación familiar, pero sí que han hecho un viaje metafísico para aprender un camino que no van a olvidar. Es aquí donde hago un inciso para reivindicar el poder de las Constelaciones Familiares como herramienta para dar visibilidad a todos los miembros de un Sistema Familiar, para situar a cada uno en su lugar, para solucionar los conflictos que quedaron pendientes y para reparar los problemas que todos tenemos (en el trabajo, en nuestras relación de pareja, con nuestros hijos o padres...)
Por supuesto que la película ofrece muchas más lecturas, la más evidente es la transformación de cada uno de los personajes; el abuelo que se ha ido “reconciliando” con todos los miembros de la familia antes de fallecer. El padre que descubre en sus propias carnes que la vida no es triunfar ni fracasar, que hay muchos caminos distintos, y que no todo se puede medir bajo su ridícula escala de fracaso-éxito. El hermano homosexual de la madre que se da cuenta de que en realidad no ha perdido nada, que tiene una familia a la que puede ayudar y sentirse útil. El hijo que vuelve a hablar cuando se esfuma su sueño de ser piloto de aviones pero que a la vez descubre que se puede volar de muchas formas y que se siente con el deber moral (como el resto de la familia) de proteger a su hermana de un concurso ridículo y humillante. Y de nuestra pequeña Miss Sunshine la única niña auténtica en un mundo de pequeñas monstruos de plástico y cartón, maquilladas y falsas hasta la nausea, con el beneplácito de sus progenitores frustrados que proyectan en ellas sus miserables deseos de grandeza. Y no me olvido de la madre, en su papel conciliador, que intenta arreglar todos los problemas; con su hermano el suicida, con el libro de su marido, con el propósito de llevar a su hija al concurso para hacerla feliz, con la promesa de matricular a su otro hijo en la escuela de aviación..., y que al final se deja llevar y se une a toda la familia en el baile del concurso rompiendo con las cadenas que le ataban a una responsabilidad que tiene pero que en un grado muy alto no puede controlar.
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